SIGO EN EL DESIERTO

Acechado por las sombras,
rodeado de miedos,
de lastres, de penas, miserias,
sigo caminando en el desierto.

El eco de mi propia voz retumba dentro
de mi pecho y me oprime.
Las palabras ya dichas,
las siempre dichas,
aprisionan mi corazón, que se esfuerza por latir,
por salir, por saltar.

Las palabras ya dichas.

En el horizonte, lejos, muy lejos,
la tormenta.
Un cielo negro en un desierto
en el que no hace ni frío ni calor.

Me tropiezo.
Los zapatos desgastados, dejan ver las heridas
de mis pies.
Pies cansados y torpes, pies errabundos
que no pueden decir todo lo que han caminado,
que no pueden gritar sus fatigas.
Pies perdidos en la inmensidad de arena.

A lo lejos, los oasis, sólo ofrecen agua contaminada,
espejismos vanos, ilusiones de mentira,
pasos hacia el cielo para caer desde más alto.
En medio de mí mismo,
de esta soledad inerte y angustiosa,
no encuentro una mala serpiente que me muerda
y acabe, de una vez, con todo esto.
No. Tú no puedes acabar.
Tienes que caminar.
Sin rumbo, ni brújula, ni esperanza, ni Dios.

Miro mis pies. Están hundidos en el suelo.
Camino con la arena hasta las rodillas.
Pasos lentos que me hacen pensar sobre mis pasos lentos.
No puedo gritar en un desierto en el que no queda aire.
Mi cara tiene dos surcos como dos cauces de dos ríos que no llevan
a ninguna parte.

Desierto. Desierto. Desierto. Desierto.

DE UN RECITAL IMPRO

En casa, parado, inmóvil,
escuchando a Oasis
y deseando sentir fuego en el pecho.
Fuego que abrase un corazón de piedra
que ya no siente ni padece.
Y salir a la calle,
y gritar descalzo, quemar mis alpargatas,
exigirle a la vida la Primavera,
con sus estornudos y sus orgasmos,
robarle al mundo la alegría.

DE PRE-CAMPAÑA (Y SIN QUE SIRVA DE PRECEDENTE)